Este artículo se publicó originalmente en ‘La Fàbrica Digital’. Puedes leerlo aquí en catalán.
GUILLERMO MARTÍNEZ | «Esta obra es un recuerdo sobre la imposibilidad de articular una sociedad más justa y democrática, en la que se perpetúa la crueldad hacia los menos privilegiados». Así describe Javier Hernández-Simón la obra teatral Los santos inocentes, adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes y que por primera vez sube a los escenarios. Hernández-Simón, director de la obra y autor de la adaptación junto a Fernando Marías, rescata estas líneas escritas en 1981, cuando una aún incipiente democracia española empezaba a asomar la cabeza. «Parece que no, pero estas ideas que nos muestra siguen latentes en la sociedad y hay que tener mucho cuidado para que no vuelvan a tomar fuerza, no solo en España, sino a nivel mundial», advierte.
Una idea primigenia vertebra la trama, ambientada en los años sesenta: un señorito de Extremadura dispone de las cosas, animales y personas a su aire, mientras una familia de campesinos gasta todas las energías en la servidumbre, pero con una ilusión: que sus hijos no sigan el mismo camino y puedan estudiar. «Todo esto nos habla de la necesidad de la educación, como individuos y como sociedad, para convertirnos en seres libres, para construir el criterio personal. Sin educación nos dirán cómo son las cosas y no podremos refutarlo ni rebelarnos nunca», dice Hernández-Simón.
La obra de teatro, que ya se ha representado más de un centenar de veces por toda la geografía española antes de llegar a Madrid a partir del 11 de mayo, es un grito evocador más sobre cómo combatir los privilegios y totalitarismos presentes en la historia. Confeccionada por Delibes con una estructura moderna que muestra los diferentes puntos de vista de los personajes y con elipsis temporales, que Los santos inocentes saltara al teatro no fue fácil. Según explica el director, «trasladarla al lenguaje escénico fue lo que más costó porque teníamos que crear una narrativa un poco más lineal».
La España sumisa
«Paco el Bajo acepta el destino que su señor le tiene reservado, es el esclavo domado perfecto, ni siquiera llega a la resignación. Es como si le hubieran mutilado la voluntad desde que era pequeño», comenta Hernández-Simón. «Es el espejo en el que todos nos debemos mirar», escribió Fernando Marías, «un personaje que no queremos entender porque nos vemos demasiado reflejados en él, un tipo que asume su condición de esclavo con una gran naturalidad y sumisión». Frente a él, Azarías, un personaje con una forma propia de entender el mundo basada en la ternura, la protección hacia los indefensos y la incomprendida crueldad. Por encima de ellos, el temible Iván, un señorito altivo, autoritario, violento en cada gesto. Un verdadero destructor de todo lo que le rodea, en palabras del director.
Los personajes femeninos responden al contexto histórico en el que se enmarca la trama: silenciosos en la novela, pero con cierta voz en la obra de teatro, para acercarlos al público y comprender quiénes eran y su forma de pensar. «Es importante que revisitemos de dónde venimos, especialmente en España, donde seguimos siendo una de las democracias más jóvenes de Europa y no hace tanto que vivíamos bajo el yugo de una dictadura. Seguimos siendo herederos en muchos comportamientos de la sociedad», recuerda Hernández-Simón.
En realidad, estos santos inocentes que visitan el teatro por primera vez desde la publicación de la novela siguen siendo esta advertencia que, según el director teatral, nos dice que las ideas que propugnan la desigualdad entre clases habitan entre nosotros. «Unas ideas que hay que aprender a detectar pronto para que no nos engañen ni lleguemos a apoyar lo que nos reprime, para que no seamos Paco el Bajo», concluye.
‘Los santos inocentes’ se representará desde hoy y hasta el 11 de junio en Las Naves del Español, en Matadero Madrid.
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